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La teta que un día se fue a la luna

Cuando me convertí en madre, reconocí en mí una mujer y un cuerpo de mujer jamás vivenciado en antes. Esa experiencia sin embargo, me colocaba en una encrucijada, porque yo había vivido un cuerpo para el hombre, o para la productividad, y ahora recuperaba mi cuerpo, mi ser mujer, pero en función de mi bebé, mi cría. Más aún mis tetas, que durante toda mi vida yo había negado y rechazado por no sentirme a gusto con ellas.

Si hubo algo sanador en mi vida fue la llegada de mi hija, su nacimiento fisiológico, y ese vínculo corporal de piel, teta y mirada. Sentí placer como madre, sentí placer como mujer, mi sexualidad se abrió por completo a un universo misterioso y magnífico. Y yo, que ya había elegido el camino de doula, sentía profunda admiración por aquellas mujeres que disfrutaban ilimitadamente en el tiempo, de dar la teta, por lo cual me imaginaba a mí misma amamantando hasta los 5 o 7 años. Hasta que Jazmín dijese basta.

Pero al cumplir los dos años y medio algo cambió internamente. Mi despliegue personal tras más de dos años de apego absoluto, y haber empezado a vivir desde este nuevo cuerpo, como una mujer que había salido resignificada de esta experiencia reciente de maternidad, coincidieron con esta sensación. El crecimiento de Jazmín, su disfrute de otros vínculos familiares, y la apertura a otros alimentos, me hicieron avanzar en mi expansión personal. Y tomé la decisión de destetar a mi hija luego de dos años y siete meses. Fue muy difícil para mí ver lo que interiormente me ocurría: cansancio, fastidio por ser solo una teta mientras que con otros jugaba incansablemente, dolor físico y particularmente en los pezones, insomnio, hasta rechazo por cada vez que se acercaba a tomar. Mi cuerpo empezó a sentir que algo no iba bien, y así pasé del placer absoluto al esfuerzo por seguir dando teta, y de ahí directo al sacrificio. Esta etapa duró alrededor de 3 o 4 meses…cuando me apareció en el inicio del Facebook un escrito de otra mujer madre contando su experiencia sobre el destete y un ritual de cierre compartido con su hija. Esa milésima de segundo sentí que ahí estaba mi verdad, algo que yo callaba y que obviamente mi cuerpo manifestaba, y que se reflejaba en la excesiva (para mí lo era) demanda de Jazmín y mis huidas a esos momentos. Necesité que otra mujer me habilite con su relato. Para no sentirme mala madre, mala doula, mala mujer, por no alcanzar mi ideal de maternidad. Y estaba en cambio ignorando mi sentir profundo, mi cuerpo, y hasta los gritos y enojos de mi hija que menos que yo comprendía por qué mamá no estaba igual de feliz que antes.

Cuando pude ver esto, sentí alivio. Se lo conté a mi pareja, y entendió. Luego se lo conté a Jazmín, que ya mamá estaba cansada, las tetas, que sentía frío, y que necesitaba dejar de darle la teta, que igualmente no sería repentino, pero que necesitaba hacerlo para estar mejor. Entonces, mi pequeña tuvo una fiebre durante dos días, que iba y venía…por lo cual opté tenerla junto a mi cuerpo y amamantarla, y seguir explicándole que mamá la amaba, y que tendría mi calor y mi sostén, mis brazos, mis besos, mis mimos.

Un mes después de este episodio, yo ya estaba trabajando a pleno como Profesora de Expresión Corporal, retomando una ardua actividad física, y no pude continuar más. Fue así que una tarde dije: es hoy, hoy tengo que poder dejar de darle teta. Y a las dos horas mi menstruación llegó adelantándose por cinco días, cerrando un ciclo e inaugurando otro.

En ese mismo momento comparto mi sentir con mujeres hermosas de mi vida, y recibo amor, acompañamiento, sostén, ningún juicio al respecto, y no sentirme juzgada me liberó de mi jueza interna. Las palabras más hermosas vinieron de Zulma, quien me invitó a resignificar esta decisión como el mensaje de una mujer que se escucha a sí misma y se respeta, una mujer que hoy pudo dar todo esto, y que no fue poco, y que fue lo mejor de mí mientras pude hacerlo.

La primer noche fue tan doloroso, su llanto y el mío, las dos abrazadas, las dos entre la tensión y el abrazo desgarrador de semejante cambio. Hasta que se durmió con su oído en mi corazón, y yo cantándole nanas. Así permanecimos toda la noche, y muchas más.


La siguiente fue menos intensa, aunque hubo llanto y pedido, pero cantándole con su papá se durmió entre los dos. La tercera noche ella me preguntó: ¿Teta no más? Y yo emocionada y llorando, le dije: Teta no más. La teta ahora se fue a la luna. Y señalando al cielo, me pidió ir a verla. Nos vestimos y salimos, era cuarto menguante, le tiramos besos a la luna, y abrazadas nos fuimos a dormir.

Durante esos días me acompañó una planta maravillosa, ya que la hinchazón de las mamas era muy grande, la Salvia Blanca, que durante cuatro días consecutivos tomé en infusión, y de forma natural descongestionó mis pechos.

No me animo a hablar de destete respetuoso, porque en la medida en que yo tomé unilateralmente esta decisión, con el poder final que tengo de hacerlo y determinarlo, comprendo que fue para ella doloroso, y hasta violento, aunque obviamente mi cuerpo continúa allí noche a noche, junto a ella. Y también soy consciente que la verdad y la sinceridad con una hija, son valiosas, que ella pudo procesarlo y juntas entonces hoy podemos besar nuestra teta-luna, y ella acariciar y dar piquitos a mis tetas. Y que esa metáfora de la luna nos brinda una hermosa conexión con nuestros procesos internos, con nuestra energía femenina.

Me animo sí, a hablar de sentirme, de aceptarme, con mis posibilidades y limitaciones, de no buscar ideales, de reconocerme como una mujer más, y como mi doula me dijo hace poco, una mujer más que tratando de mejorar como persona y como madre, comparte lo poco o mucho que sabe y vive con las demás, en total honestidad. Me animo a hablar de no juzgar, de habilitarnos las unas a las otras…De dejarles esa experiencia a nuestrxs hijxs.




Katie M. Berggren

A mi hija Jazmín de Luna, le agradezco traerme hacia mí misma, ayudarme a transformar mi vida, y aprender a acompañarla, a veces con aciertos, a veces con errores. Y a mi cuerpo y especialmente a mis tetas, les agradezco su abundancia, su generosidad, el haber nutrido con tanto amor la flor de mi vida. Me agradezco a mí haber sido nutricia de una vida a través de ellas. Agradezco a mi sangre hermosa de vida haber estado allí acompañándome, con su sabiduría. Agradezco a mi compañero apoyarme siempre en mis decisiones. Y haberle puesto el cuerpo y el olor de padre a nuestra hija. Agradezco a todas las mujeres que se comparten más allá del ego, y me enseñan a no sentir miedo, y compartirme junto a ellas. Agradezco poder descubrirme mujer, madre y nutricia a través de todo el camino de maternidad que queda por delante. Allí vamos Jazmín…

Victoria Lagos

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