Endometriosis: qué me enseña
Colabora Laura Blades para el Lunario de Junio de la Terapia Menstrual
A mis dieciocho años empezaba mi carrera, me sentía más independiente, conocía nuevas personas. Y me enteraba que muy probablemente tenía endometriosis.
Endometriosis era la explicación a mis dolores menstruales, a la imposibilidad de caminar durante mi sangrado, al tirón constante de sacro durante mi periodo, a mis náuseas premenstruales. Eso, por ese entonces. ¿Y qué era la endometriosis? Según mi ginecóloga, una tontería, no pasa nada. Tomate esto para el dolor y listo.

Anna Silivonchik
No me acuerdo si existía Mr. Google. Pero sí tenía internet. Lamentablemente no era muy diestra en buscar información y me encontré con un panorama bastante terrible.
Volví a la gine con mi mamá. Dra., me parece que me está ocultando un pequeño detalle: ¿infertilidad le suena? Le sonó. Y no la vi más.
Buscamos otra. Especialista en endometriosis. Divina. Que no me preocupe, que era chica, cuando busques un bebé te hacés una laparoscopía que es un pavada, ni siquiera requiere internación ¡te vas caminando en el día! Y listo, mientras tomá estos anticonceptivos.
El panorama virtual había sido tan fuerte que no volví a buscar información. Le creí a la especialista. Tomé pastillas diez años. El dolor nunca se fue. La medicación era cada vez más fuerte. El recuerdo de aquella búsqueda cibernética siempre quedó en mi mente.
Ya les conté que tenía mucho dolor, náuseas que podían transformarse en vómitos, no poder caminar. No poder vivir durante cinco días, cada veintiocho días. Se sumaron dolor intestinal, cistitis a repetición. Otros especialistas. Doctor, mire que yo aparentemente tengo endometriosis, ¿no tendrá relación con lo que me pasa? No. Pero… No, nena no.
Y siempre dije aparentemente porque los ginecólogos me decían: la única manera de confirmar es con laparoscopía, pero si no buscás un bebé ¿para qué arriesgarse? Por si acaso hacete ecografías. Dolorosas ecografías. Y bueno, bancatelá, sos mujer. El dolor no existe, es psicológico. Etc etc etc.
Crecí, comencé a trabajar y llegó el gran miedo. ¿Qué hacer cuando menstrúe? ¿Decirle al médico? ¿Pedir licencia? Si ni mis propios médicos creían mis dolores ¿qué pensaría un médico laboral? Solo sentía humillación.
Para ir cerrando, llegué a los 28 y me creí la historia de que capaz era cierto, no tengo endometriosis quién sabe. Seguro que si no pienso mucho quedo embarazada. Meses después, quizá estoy pensando demasiado. Al año, me voy a hacer estudios por si acaso, para no estar tan ansiosa. Salió todo bien ¡¡¡¡¡ qué suerte!!!! Dos años, otro especialista. Doctor, me habían dicho que quizá me tenga que hacer laparoscopía. No, si te sale todo bien, ¿por qué no te hacés fertilización asistida? Pánico. Reflexión. Certeza: si mis trompas están bien, si comprobamos que ovulo, si naturalmente no sucede nada ¿quién me garantiza que artificialmente sí?
Doctor, no pienso hacerme fertilización asistida. Te veo muy segura, bueno te hago la cirugía, va a ser como un refresh, pero antes hacete una resonancia magnética. Diagnóstico: adherencias en ambos ovarios, colon comprometido, uréter obstruido, riñón dilatado. Ojos del médico: dos de oro. El refresh se transformó en una cirugía para mejorar mi calidad de vida, la búsqueda de bebé tomó una gran pausa de meses.
Sí, yo también me acordé de esos doctores que me dijeron que nada tenía que ver con mi endometriosis, también me acordé de las divinuras que me dijeron que no me preocupara. Y sí, el diagnóstico que leí, que ahora es mío, lo había leído en otra persona, en un testimonio que encontré andá saber cómo en internet diez años atrás. Hay quien dice que si te hacés la cabeza, generás el problema; hay quien dice que el alma ya sabe lo que va a suceder y cada tanto te tira la data, una suerte de intuición. Todavía no me decido qué creer.
Repasando, les conté que había dejado de fumar. Que cambié mi alimentación. Que me ocupé de mi cuerpo. Y no solo físicamente, empecé yoga, me inicié en reiki, me reconcilié con mi menstruación aprendiendo que no debía ser dolorosa, que ella no tiene la culpa. Aprendí que toda enfermedad es un mensaje y que hay que aprender de ella.
¿Qué aprendí?
Que soy capaz de escuchar mi cuerpo. Que siempre supe qué sucedía y no tuve la confianza en mí misma como para imponerme ante los médicos. Por suerte lo logré, a los treinta años pero lo logré.
Que soy fuerte, si Dios/Diosa/Universo/Destino me regaló/regalaron esto, es porque puedo llevarlo.
Que el proceso de sanación es tanto física como espiritual; sanar me hizo, hace y hará mejor persona.
Que quien sigue a mi lado, me hace bien y merece mi confianza. Quien se suma, me hace bien y merece mi confianza. Quien se fue, me hizo bien, mereció mi confianza y me enseñó lo necesario.
Que soy vulnerable, que tuve tanto miedo de serlo que creé un escudo, un escudo que se hizo carne en mí y recubrió el exterior de mi útero generando quistes y adherencias.
Que es hora de soltar el escudo, ablandarme y formar el nido que un bebé merece.
Que estoy formando mi familia, que ahora es de dos con su mascota. Que puede ser de dos con su mascota y un bebé que llegará como tenga que llegar.
Y seguiré aprendiendo, cada vez más acompañada.