"El Hogar de la Dicha"

Muchas veces he escuchado hablar a mis hermanas y he leído escritos de mujeres que admiro en donde se habla acerca de aquel lugar interno donde la diosa vive.
He pasado toda esta información por el colador de la razón y he intentado, por supuesto, pasarla por el cuerpo y la experiencia. En este intento de encontrar ese hogar divino dentro mío, la exploración solitaria y en compañía han jugado un papel fundamental. Mis intentos por experimentarlo en carne propia se han sentido muchos como en vano o casi invisibles de resultados. Hace un tiempo me empecé a preguntar por qué no podía encontrar esto que leía, esto de lo que tanto he escuchado hablar; ¿qué es lo que tenía yo mal para no encontrar la morada de la diosa en mi interior? ¿Estaba buscando bien? Y en realidad, ¿qué es lo que esperaba encontrar?
La búsqueda me llevó a mirar hacia atrás y entonces me puse a recordar.
El momento de mi menarquia fue una puerta que se abrió y al mismo tiempo el cerrar de otra. Dejé de tocar mi vulva y de explorar eso que me hacía tan bien, eso que no sabía qué era, pero que me gustaba.
Entendí, por razones externas a mis sentires de niña y adolescente, que tocar mi vulva estaba mal, por alguna razón que en ese minuto no entendía. El acto de explorar mis genitales estaba vedado por el mundo de afuera. Empecé a tocarme menos, a sentirme culpable por las veces que me exploré junto con mis amigas que también querían descubrir su cuerpo. Poco a poco fui llevando a mi vulva y a mi vagina a un lugar oscuro, lleno de silencios y puertas cerradas.
Siendo aún adolescente y guiada por un impulso social de tener que “dejar de ser virgen” empecé a buscar un encuentro con el otro, habiendo olvidado las mañanas de disfrute entre mis sabanas de niña en las que me atreví a descubrir esas nuevas sensaciones corporales que me permitían ir a “otro lugar”. Fue entonces cuando me lancé a la búsqueda de ese otro con quien seguir explorando. El mensaje era claro: si me exploraba sola estaba MAL, pero si lo hacía con un hombre (por supuesto que para lo establecido no existía la posibilidad que la exploración fuera con una mujer) estaba BIEN, pues ese parecía ser el conducto regular de lo que acometía a las relaciones sexuales. Cuando sucedió tampoco fue como se decía que podía ser ese primer encuentro y por supuesto ahora lo veo claro. ¿Cómo podría estar bajo el goce, disfrute y belleza de un primer encuentro con el otro si había confinado mi vulva a un lugar lleno de telarañas y olvido?
Durante bastante tiempo viví mi sexualidad desde el lugar establecido por los medios de comunicación, las revistas, la pornografía, los tabúes, las conductas machistas (por parte de ambos géneros) y una sociedad de doble moral. Fue un tiempo de creer estar viviendo mi cuerpo con mucha pasión y libertad, pero siempre con una desazón, una sensación que me dejaba casi vacía, algo adentro dolía en silencio.

Recuerdo una clase en la universidad, en donde nos hablaron de unas pequeñas esculturas del paleolítico a las que el profesor llamó “Las Venus”. Eran un conjunto de representaciones femeninas de la época paleolítica en donde aparecían mujeres absolutamente voluptuosas, llenas de curvas, grandes vientres y caderas, senos llenos de vida, vulvas totalmente visibles, y lo que parecen ser delicados trenzados en sus cabezas. Recuerdo una en especial, era una mujer caderona que sostenía un cuerno o una luna. Esa imagen hizo algo dentro de mi, como si hubiera ayudado a recordar algo olvidado. Esa mujer, al parecer, sopló ese cuerno y ese sonido algo despertó dentro de mi. Fue entonces que empezaron a aparecer nuevas imágenes, mujeres hablando de la relajación al estar en una relación sexual y así, la puerta que años atrás había cerrado, poco a poco se empezó a abrir, despacio, lento, despacio, lento…
Escribo todo esto solo con el ánimo de compartir con todas mis hermanas el día en que regresé a casa, por lo menos de algún modo, así lo siento.
Esa noche sólo me permití abrirme lentamente, ir en búsqueda del tesoro que vive en mi vulva. Tomé con toda la delicadeza y la seguridad a mi clítoris, rocé los labios de mi vulva y deslice por ellos el manantial que fluía de mis adentros. Me tomé mi tiempo, dance conmigo y también me permití ser sostenida y acompañada, pero siempre atenta a estar presente en mi… Fue entonces cuando me posé en ese lugar especial, ese que se mueve y muta constantemente dentro de nuestras vulvas. Me sentí encontrando el tesoro añorado. Puse la palma de mi mano sobre mi vulva y pude ver a través de mis dedos a esas mujeres talladas, estaban ahí, esplendidas y voluptuosas, se movieron, me saludaron, encontré el gemido y al mismo tiempo la risa.
Esas mujercitas antiguas de la vulva me pusieron un espejo en frente y me mostraron la diosa, la que ríe y gime, la que baila y se relaja, la que sabe la dirección en el mapa; esa gozosa mujerque vive en todas nosotras.
Vamos en busca de ese lugar donde la risa habita, donde el gemido espera por ser liberado. En medio de tus piernas no vive el pecado, ni la culpa, ni es la puerta de los infiernos. En medio de tus piernas, hermana mujer, está la cascada magnífica esperándote con sus aguas; allí en medio de tus piernas vive la diosa del gozo, como Bauboque con sus tetas y su vulva sacaba sonrisas a Demetercuando estuvo triste.
Si has dejado que tu vulva se llene de telarañas no es tarde para abrir nuevamente esa puerta. Si estas leyendo esto y a veces sientes miedo o vergüenza por explorarte, levanta la cabeza y recuerda que sólo estas descubriéndote y amándote. Habítate tu primero, conócete, enamórate de ti y luego siente lentamente el momento para compartirte.
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Colaboró con el Lunario de Octubre: Melisa Vargas
Fotografía: Rinko Kawachi
Ilustración: Laura Vargas