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Carqueja en crisis: Parte 2



En agosto tuvimos el “Día de la Pachamama” y acompañados de mi novio, trabajamos con la tierra en una especie de preparación intuitiva el día anterior, porque no sabíamos. Pero el trabajo duro tuvo graves consecuencias, una fuerte crisis muscular que luego repercutiría en una crisis de citas.

Estaba a punto de dejar la casa y la relación por ira.

Tanto desaliento descomprimió palabras y blasfemias no dichas desde hace muchos años. Fue como vivir una regresión, volver al desamparo de la niña detrás de la puerta, llorando desamparada.

El padre fue reflejado por mi novio la mayor parte del tiempo por ignorar el sufrimiento de los demás. La sensación de estar sola, ahogada en el descontento, era dominante. Visitamos juntos a la niña que buscaba atención y cariño, apoyo y aprecio, pero que no fue asistida.

Si pudiera dar algún consejo para este momento, sugeriría la poderosa medicina del amor en el abrazo de los abrazos. Desafortunadamente en ese momento no éramos capaces de esa luz.

Después de un arrebato de ira, sentí pena por mirar la situación con más calma. Lástima por vomitar en el otro de las heridas no resueltas que no necesariamente tienen que ver con el otro, sino conmigo misma. Podría haberlo manejado de otra manera, tal vez salir corriendo, gritar, incluso golpear algo que no lastime a nadie, cualquier cosa sería válida.

Pero incluso en esto estamos limitados y reprimidos por la sociedad, porque tenemos miedo de lo que la gente dirá o pensará. No hacemos ni decimos cosas que realmente nos gustaría por temor al juicio y es un hecho. Como resultado, somos la mitad, somos controlables, somos lo que no somos a cambio de la pérdida de esencia.

En vista de la inteligencia y el sentido común, no deberíamos ser tan dependientes. La acción nace posiblemente de la construcción de un personaje masculino que se caracteriza por el arquetipo del padre proyectado en las relaciones y basado en la carencia. Ser amado es una responsabilidad que no pertenece únicamente al otro, sino que en realidad es principalmente mía.

Incluso es un deber comprender y practicar el amor propio. El compañero no es un rescate salva vidas como lo registramos inconscientemente según los cuentos de hadas, no es más que un reflejo de lo que somos y de lo que hemos aprendido a evolucionar y viceversa.

¿Alguna vez te has detenido a evaluar cuáles son tus enojos? ¿De dónde vienes o vives? ¿Se omiten o se pueden expresar? Si la respuesta es sí u omisión, pregúntese por qué. ¿Cómo ha liberado la ira? ¿Cómo no lastimar al otro ni a ti misma? ¿Es posible ese equilibrio?


Aline Nieri

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